El saxofonista tenor Edward “Kidd” Jordan es uno de esos raros músicos capaces de imbuir las improvisaciones más libres y avanzadas de un lirismo extremo y de construir complejas armonías a partir de notas disonantes.
— Hrayr Attarian, All About Jazz
Cuando estaba en mi primer año de la universidad, interné como asistente de grabación para la escuela de música en Loyola, New Orleans. En mi primera asignación, me tocó ir a el auditorio principal a grabar a un tal Kidd Jordan. Yo no sabía nada de este personaje, y les juro que por el nombre pensé que era algún joven en sus 20s con un combo de jazz interpretando estándares. Nada muy interesante. Llegué esa noche a la cabina superior donde estaba la consola y el ingeniero a cargo era un colega que le llamaban “Jay”. El auditorio estaba llenísimo porque previo al show de Kidd, un grupo de jazz más “tradicional” había dado una presentación. Ahora era el turno de Kidd Jordan.
Lo primero que me llamó la atención era que el escenario tenía un piano vertical abierto, sin tapa detrás y varios micrófonos. En el centro del escenario se apreciaba un precioso saxofón tenor plateado mate en su pedestal. Kidd salió del telón, y simplemente saludó al público con una expresión cálida. Era un señor mayor, peli blanco y de lentes. ¿Qué es lo que va a tocar? me preguntaba. El resto de la banda se ubicó en sus puestos. Arrancó a sonar su saxofón y con un par de notas y sonidos ya yo estaba sumergido en la experiencia. El grupo entero se unió y empezó el asunto. La energía cambió totalmente. La música era muy intensa y libre. Los músicos parecían estar en otro mundo, concentrados en su labor y en las direcciones hacia donde los llevaba el maestro Kidd. Empecé a entender un poco de que se trataba la música, había escuchado el “Free Jazz” de Ornette Coleman, y algunas otras cosas similares de Coltrane. También me acordaba a las improvisaciones en vivo de Miles Davis posterior al “Bitches Brew”.
Yo estaba extático, pero no podia decir lo mismo por los otros oyentes presentes. Al cabo de unos minutos, el público general se fue dando cuenta de que esto no era lo que habían venido a escuchar y empezaron a salir en manadas por los pasillos del auditorio. En las escaleras habían filas hacia la salida como si fuese el medio tiempo de un partido de fútbol. A todo esto, la banda tocaba más y más duro, retro alimentándose de las acciones de este público cerrado de mente. Kidd les daba señas a sus colegas, moviendo hacia arriba la mano derecha para que los músicos tocaran con mayor fuerza, mientras usaba la izquierda para sostener su instrumento. Las texturas se tornaban más complejas, el tenor emanando unos tonos graves profundos con alto nivel de armónicos. Eran como gritos de Kidd saliendo por la campana. Más gente se paraba e iba.
Pero este efecto causado por su expresión artística era algo que él ya había visto en otras ocasiones. Y es que la música de Kidd no es “fácil” de escuchar para cualquier persona. A todo esto, mi reacción inicial fue shock total, al ser la primera vez que yo veía un público rechazar al artista de semejante manera. Pero al mismo tiempo, me encontraba aplaudiendo sin parar. Yo y otra persona en frente mío. Un hombre flaco, alto, peli-largo con pinta de “biker” y lentes oscuros (es un auditorio cerrado, oscuro y con aire acondicionado) que no paraba de gritar de la felicidad en cada solo de Kidd. Casi que podía tratarse de su fan #1 motivando a los que sí estábamos disfrutando.
Terminó la primera improvisación, y la gente aún estaba tratando de salir huyendo de la sala de conciertos como si se tratara de un atentado terrorista. Kidd empezó a decirle al público intolerante lo tan agradecido que estaba de que se fueran ya que para él lo importante era que estuviesen presentes solo los que verdaderamente querían su música. Por unos breves segundos las expresiones de Kidd y su manera de hablar me hacía sentir cómo si todo fuera un show de comedia. El comediante era Kidd, y sus chistes iban todos dirigidos a los que emigraban del lugar.
Arrancó la segunda improvisación, mas compleja y fuerte que la anterior. El flaco delante mío seguía gritando con un nivel de excitación cercano al de aquellas mujeres en los 60s cuando se bajaban los Beatles del avión. El grupo tocó otros 40 minutos sin parar, y yo solo me preguntaba de dónde Kidd Jordan con casi 70 años de edad sacaba tanta energía. En los momentos donde no tocaba, miraba alrededor a veces serio, a veces sonriendo.
La experiencia que yo viví esa noche cambió mi vida para siempre. Siento que mis sentidos auditivos se expandieron. Empecé a buscar otras cosas dentro de la música. Kidd abrió una parte de mi cerebro que yo no había accedido previamente y siempre se lo agradeceré. También entendí por primera vez que el artista tiene que tener una fuerte convicción hacia su arte. No puede andar pensando en los gustos de los demás.
Después de esa noche, lo trataba de ver en vivo todas las veces que pudiera. Fui a varios NOLA Jazz Festivals casi que solo a verlo a él. Sus shows siempre eran como ir al psicólogo para algunos o a la iglesia para otros.
Kidd, sanador, fuente de energía incesante; falleció este 7 de abril a sus 87 años. Paz a su alma.
Algo de su música (tranquilos que Kidd no los juzgará si también salen huyendo) :
Kidd Jordan Family Jam
Kidd a sus 79 años blasteando el sax junto a una hija suya en violin y otro hijo en la trompeta (los dos la revientan!) Además, William Parker en el bajo y en el piano Joel Futterman, quien fue aquel que vi con Kidd esa noche en el auditorio de la universidad.
On Fire
Album del 2011 con Harrison Bankhead en el bajo y Warren Smith en batería y vibráfonos.
Kidd Jordan Quintet – Vision Fest 2012
Kidd junto a J.D. Parran, Charles Gayle, William Parker, y Hamid Drake.
Kidd Jordan & Alvin Fielder & Peter Kowald-Trio And Duo In New Orleans (Full Album)